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Elogio a la Guitarra

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Néstor Murray Irizarry es fundador-- presidente  de la Casa Paoli, del Centro de Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico,Inc. y  profesor  de Historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto de Bayamón. murraynestor@gmail.com  

 

El siguiente ensayo es un capítulo del libro de Irizarry, titulado Elogio a la Guitarra, que trata de artículos y entrevistas con los grandes guitarristas e instrumenistas puertorriqueños del siglo veinte y del presente.        

 ” …entre la historia de la metafísica y la historia de la  música  existe un vínculo, que no es tan artificial, que es interno…”

                             Marc Jean—Bernard

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En este corto artículo esperamos presentar una visión panorámica de diversos aspectos que engalanan nuestra cultura musical, y particularmente la de uno de los instrumentos más difundidos y queridos del mundo y de la isla: la guitarra.

 

 ” …entre la historia de la metafísica y la historia de la  música  existe un vínculo, que no es tan artificial, que es interno…”

                                                                                   Marc Jean-Bernard

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No cabe la menor duda de que en Puerto Rico –al igual que en la mayoría de los países– la música desempeña, de forma explícita, un papel social unificador. El final del siglo XIX y principios del XX parece haber constituido el apogeo de la pasión social por la música, que se convirtió por entonces y hasta nuestros días, en la expresión de la búsqueda de una identidad colectiva. El interés por los acontecimientos musicales es un hecho común a todas las capas de la sociedad. Al decir de Aristóteles, el mundo está compuesto de una proporción de música.

     Puerto Rico es una fuente inagotable de artistas. Dos buenos ejemplos lo constituyen Antonio Paoli, nuestro más importante tenor dramático, y el gran actor José Ferrer. Paoli fue el  primer tenor en el mundo en grabar, en 1907, una  ópera completa: Los payasos, del compositor italiano Ruggero Leoncavallo; Ferrer fue el primer latino en ganar un Oscar, en 1950, por su excelente actuación en la película Cyrano de Bergerac. Sin embargo, consideramos que, entre las experiencias artísticas, la música es la más preferida  por los boricuas; y, entre los diversos instrumentos musicales, preferimos los de cuerda: la guitarra  y el cuatro.

     Rafael Avilés Vázquez (Florida, 20 de abril de 1937), estudioso de la cultura y lutier de cuatros, tiples y bordonúas , quien prepara un Manual para lutieres tradiconales, narra que en 1998, mientras se encontraba representando al país en una importante feria mundial en Alemania, le ocurrió una experiencia muy curiosa. Se le presentó un grupo de músicos italianos a su kiosko. Uno de ellos le mostro un violín  hecho por Agapito Acosta, un natural de Guánica. El músico le pregunto a Rafael si conocía a Acosta, y  Avilés le respondió negativamente. A su regreso a Puerto Rico Rafael, visitó a Agapito y le contó lo sucedido. Para sorpresa de Avilés, nuestro Agapito ( a los casi cien años continua trabajando ) es considerado, entre los entendidos, como uno de los grandes fabricantes de violines del mundo .

    

     La primera noticia histórica de la llegada de instrumentos musicales de cuerdas a nuestras playas se remonta a las navidades de 1516: un 11 de diciembre, cuando apenas habían transcurrido ocho años desde el inicio de la conquista europea. En su historia inédita sobre el Conservatorio de Música de Puerto Rico (Las mieles del alba [2003]), Rafael Aponte Ledeé, citando a Aurelio Tanodi y sus Documentos de la Real Hacienda, señala la importancia de este hecho histórico. Y, además, llama la atención sobre la considerable cantidad de rollos de cuerdas que arribaron, en esa ocasión, junto con los dulces típicos navideños españoles y otros instrumentos de cuerdas adicionales. De manera que no es de extrañar que desde esa época tan temprana el interés por la música de los nuevos moradores de la isla se fuera amalgamando, con el paso del tiempo, con los gustos y preferencias musicales de los indígenas y posteriormente, de los africanos. Según Magnus Mörner, en América Latina y el Caribe se dio un cruzamiento de razas –y, léase, cultural– tan gigantesco como no ha ocurrido en otra parte del mundo.

      En sus estudios de investigación en el folklore musical de Puerto Rico, Teodoro Vidal destaca esta mezcla racial y la hibridación y evolución de los instrumentos de cuerdas. Vidal menciona que en su recorrido por el país llegó a conocer y poseer un cuatro con la caja de resonancia hecha de higüera. Llama la atención el hecho de que, históricamente, la higüera es utilizada por etnias africanas para propósitos similares. Errol L. Montes Pizarro, tomando como referencia las investigaciones de Fernando Ortiz, indica que la higüera también se ha utilizado en la fabricación del tres cubano. Además, nos recuerda que el origen de la guitarra se asocia con el instrumento musical africano conocido como UD, y que en nuestra época la influencia de la guitarra elaborada en América ha viajado a África como resultado del intercambio que se ha mantenido vivo hasta la actualidad.   

 

El siglo XlX nos trajo varios guitarristas de renombre. Ernesto Cordero, musicólogo destacado, se ha ocupado de actualizar la bibliografía –heredada de Fernando Callejo, en Música y Músicos Puertorriqueños (1915)–, y señala a Josefino Parés (Morovis, 1862-1908) como el primer guitarrista puertorriqueño, quien además fue pianista, calígrafo y dibujante. Parés estudió en Barcelona, con Ferrer Esteva, quien lo calificó, simple y llanamente, de virtuoso; también estudió con Francisco Tárrega. Llegó a ejecutar obras de Schubert, Beethoven, Tárrega, Tavárez y Balseiro.

 Ramón Morel Campos indica que en 1895 Juan N. Ríos (1853-1919) se destaca en Ponce como concertista de guitarra (además de músico, fue un excelente escenógrafo, pintor y grabador). Ríos publicó el Nuevo método de guitarra teórico y práctico para aprender sin necesidad de maestro alguno. Y tuvo dos hermanos músicos: Ramón, violinista; y Pedro, director de orquesta de cuerdas.

      El mismo año de la muerte de Ríos llega a la isla Jorge Rubiano (Bogotá, 1890-1964), quien durante cuarenta y cinco años cultivó la música como intérprete, profesor, director y  compositor. Desde su arribo impartió clases de violonchelo, laúd español, mandolina, mandola, bandurria, cuatro, tiple, y sobre todo de guitarra clásica, de la que se le considera su gran gestor en aquella época. Cordero indica Jorge creó en la Isla la primera escuela Importante de Instrumentos de cuerdas punteadas. En 1940, Rubiano organizó el conjunto llamado La Rondalla de Puerto Rico, el cual, según Juan Sorroche, se convirtió en la mejor agrupación de instrumentos de plectro y pulso de esa época. Entre sus discípulos, Rubiano dejó a Manuel Gayol, Leonardo Egúrbida, Ernesto Cordero, Sorroche, Gustavo Batista (excelente historiador de la música boricua), Jaime Camuñas, José Morales, Carmen M. Suárez y Emma Iris Negrón, entre otros.

     La tarea del maestro Rubiano fue complementada por la creación de instituciones públicas y privadas que hoy difunden y enriquecen la enseñanza de la guitarra clásica, como las escuelas libres de música, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, las emisoras radiales  y de televisión del gobierno, el Conservatorio de Música, la Universidad de Puerto Rico (UPR), Pro Arte Musical, la Orquesta Sinfónica, el concurso de guitarra de la Casa de España, El Casino de Yauco, el Museo de Arte de Ponce y, más reciente-mente, la Universidad  Interamericana (Recintos de San Germán y Metro ) y las actividades que organiza el Dr. José Antonio López en el Recinto de Mayagüez (UPR). Otras organizaciones y eventos privados que también han contribuido al conocimiento de la guitarra son la Sociedad Puertorriqueña de la Guitarra (1970), el Primer Festival de la Guitarra Clásica de Puerto Rico  (1977), el Festival Internacional de Guitarra (1980), y el Concurso Nacional de Guitarra Clásica (2007).

    

Las obras de los compositores del patio dedicadas a la guitarra clásica –entre las cuales vale mencionar las de Ernesto Cordero, Egúrbida, Rubiano, José Ignacio Quintón, Luis Manuel Álvarez, Miguel Cubano, José Rodríguez Alvira, Federico A. Cordero ,  Moisés Rodríguez ,  Carmen Matilde Suárez ,  Luis Antonio Ramírez , Amaury  Veray, Jack Delano, Francis Schwartz, Carlos Ovidio Morales—junto a la presentación en la isla de figuras interna-cionales como Andrés Segovia, Regino Sáinz de la Maza, Agustín Barrios Mangoré, José Rey de la Torre, ofrecieron a los guitarristas locales la oportunidad de conocer de primera mano otros estilos y creaciones, y estimularon en las nuevas generaciones la atracción por aprender a tocar el instrumento.

    

Es importante destacar que en la década de los  años sesenta se establecieron en la isla dos fábricas de guitarras con capital  privado y con el subsidio de la Administración de Fomento Industrial. La primera, Guitar Velázquez , Inc. (1963) se ubicó en Caguas—según Fidencio Díaz Nieves (Patillas, 16 de noviembre de 1934)—bajo la dirección técnica de Manuel Velázquez (Barrio Pugnado, Manatí, 1917), quien había regresado desde Nueva York muy ilusionado con el proyecto. La segunda, Guitar Industries, Ltd.,  (1966) se localizó en Bayamón. La compañía de Caguas construía guitarras  “españolas“, mientras que la de Bayamón se especializó en un instrumento “tipo norteamericano”. Ambas fracasaron económicamente, si bien la primera empresa contribuyó al refinamiento de las técnicas de los muchos artesanos que trabajaron con el maestro Velázquez.

    

Después de la invasión de los Estados Unidos a Puerto Rico en 1898, nuestra gente se vio obligada a abandonar su tierra. Las condiciones de vida, la hambruna y el disloque económico y social que llevó a la bancarrota a cientos de hacendados e hizo emigrar a miles de puertorriqueños hacia Hawaii y Nueva York, crearon, curiosamente, un nuevo escenario para nuestra música: Nueva York se convirtió en el nuevo taller de los músicos boricuas.  El  muy sofisticado refinamiento musical de Manuel I. Martínez Plée (1861-1928), por ejemplo, tuvo su cuna en Nueva York.

     En la urbe neoyorquina también se destacan lutieres o violeros (o sea, artesanos fabricantes de instrumentos de cuerdas). Juan Sotomayor y William Cumpiano, en su larga trayectoria  como excelentes investigadores y forjadores del Proyecto del Cuatro Puertorriqueño, han estudiado la vida y obra de dos famosos y queridos manufactureros de instrumentos de cuerda que emigraron a la Cuidad de los Rascacielos: Efraín Ronda (San Germán, 1899-2003) y Tito Báez (Yauco, 1934-2002).   Sobre Cumpiano y Sotomayor escribiré un artículo próximamente.

     Las guitarras que los lutieres boricuas fabricaban en Nueva York resistían bien el invierno de esa ciudad. Sin embargo, cuando las fabricadas en Puerto Rico llegaban allá, se les secaba la madera y se partían; los puentes se desprendían de su sitio. Esta situación generó un servicio de reparaciones continuas, lo que ayudó mucho a los artesanos boricuas allí radicados.  Las primeras guitarras que Fidencio Díaz Nieves y  Soriano Correa fabricaron en Nueva York, fueron elaboradas sobre la mesa del comedor de su apartamento: despejaban el espacio después de la comida, y se ponían a trabajar allí mismo.

     Luego de haberse formado como músico en la isla, Efraín Ronda emigró a la Ciudad de los Rascacielos en 1926. Allí publicó, en 1930, La Antorcha, su método –bilingüe– para aprender a tocar el cuatro puertorriqueño. Vivió durante muchos años en El Barrio, y luego en  la avenida Lexington. Compró una pequeña imprenta para editar su Método, y fabricaba guitarras, cuatros y  “requintos” o “guitarras requintadas” (es la primera guitarra de un trío, y se usa para “… adelantar la melodía”. Según Manuel Rodríguez Feneque [Añasco,  29 de octubre de 1947], lutier residente en Rincón, es pequeña en tamaño y en escala”). Ronda le fabricó una guitarra al maestro concertista Manuel Gayol, la cual utilizó el 2 de abril de 1950 en un concierto en Carnegie Hall. Gayol fue, junto a Moisés Rodríguez, uno de los más destacados concertistas boricuas de las décadas de los cincuentas y sesentas. Cordero apunta que Gayol  

 

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también se presentó en el Teatro Town Hall, obteniendo grandes elogios de la crítica neoyorquina. Rodríguez, por su parte, estudió en España con Daniel Fortea. A su regreso se dedicó –según Cordero– a la enseñanza privada, y a ofrecer recitales. Leonardo Egúrbida, nuestro célebre maestro, compositor y violero de guitarras clásicas, señala que Gayol fue discípulo de Jorge Rubiano. En 1948 emigró a Nueva York donde vivió durante quince años. Allí grabó un disco de larga duración.

      La fama de Ronda alcanzó tal altura que en una ocasión el mismísimo Andrés Segovia le llevó una guitarra (fabricada por el renombrado artesano español Francisco Ramírez) para que se la reparara. Segovia, según cuenta Sotomayor, ofreció luego muchos recitales con ese mismo instrumento. 

     Otro emigrante a Nueva York fue Tito Báez (Yauco,1934-2002) quien tocaba guitarra y cuatro, y también tuvo un taller, en Brooklyn, donde fabricaba cuatros, guitarras y requintos. En la década de los setentas Báez grabó  varios discos con Nieves Quintero, para la compañía Ansonia.

     En 1946 se fundó en Nueva York la Society of the Classical Guitar, orientada a promover el interés por el instrumento. En 1927 el maestro Andrés Segovia dió una gira de conciertos que incluyó a Nueva York, y creó el ambiente propicio para el entusiasmo por la guitarra clásica. En 1972 Sotomayor fundó en New Jersey The New Jersey Classical Guitar Society.

     En 1947 –comenta Sotomayor– aparece una nueva agrupación de tres voces e igual número de guitarras: Los Panchos. Se establece con mayor entusiasmo a nivel internacional, particularmente en Latinoamérica, en una época de abundantes tríos. Este entusiasmo se traduce en muy buenas cosechas para el lutier boricua. Es el momento del auge en los medios de comunicación masivos, y la radio, en especial, transformaba la vida de los pobres, y sobre todo la de las amas de casa pobres, como no lo había hecho hasta entonces ningún otro medio: traía al mundo al hogar. Era simplemente un medio, no un mensaje, al decir de Eric Hobsbawn.

     La música fue la manifestación artística en la que la radio influyó de forma más directa, pues eliminó las limitaciones rústicas o mecánicas para la difusión del sonido. De este modo, la radio se convirtió en un recurso excelente para la divulgación de la música minoritaria (incluida la clásica) y en el medio más eficaz para promocionar la venta de discos, condición que todavía en muchos lugares se conserva. Las fuerzas que dominaban las artes populares eran ya, pues, tecnológicas e industriales: la prensa, la cámara, el cine, el disco y la radio.

     Tal fue  el  ambiente que Manuel Velázquez y Fidencio Díaz Nieves –los pilares de la fabricación de guitarras clásicas en la isla– encontraron en Nueva York. En la propia isla también se destacan como lutieres  Rafael Rosado Martínez (1933, Corozal), Miguel Acevedo Flores (Chicago, 7 de julio de 1953) y Rodríguez Feneque; y William Cumpiano (San Juan, 30 de abril de 1945), en Massachusetts. Este último se destaca en la fabricación de la guitarra norteamericana –de cuerdas de metal–,  junto a Sotomayor  y  a  Myriam Fuentes  -- y  a  un grupo  de boricuas recoge y analiza la tradición oral de los instrumentos musicales de cuerda. Los resultados de esa investigación se publicarán este año bajo el título  de Buscando nuestro cuatro, trazando los rasgos de los icónicos instrumentos de cuerdas nativas de Puerto Rico: el cuatro y el tiple y la bordonúa     .

     Jerónimo Berenguer, corresponsal en Nueva York del periódico El Mundo, entrevistó a Manuel Velázquez en 1962, y en la edición del 25 de agosto, bajo el título Jíbaro de Manatí, fabrica guitarra de fama mundial señala que varios de los más famosos concertistas del mundo usan y recomiendan las guitarras de Manuel. Comenta que éstas rivalizan en calidad y perfección con las fabricadas en España; y fueron los instrumentos favoritos de guitarristas de la talla de Rey de La Torre, Sabicas y Richard Dyer Bennett y de cantantes como Harry Belafonte. Berenguer indica que Andrés Segovia –considerado como el precursor de la guitarra clásica– la recomendaba a su paso por las distintas capitales del mundo. Como resultado de esa propaganda, Velázquez recibió órdenes procedentes de Japón, Austria, Israel, Grecia, y otros países.

La  revista Life  y  los  periódicos el   New York Word, Telegram  y  el New York Mirror le hicieron a Velázquez reportajes de páginas enteras, que lo  promocionaron en otros estados de los EE.UU.  y en otras partes del mundo. El súperartesano se daba el lujo de  visitar anualmente Mittenwald en Alemania, para escoger personalmente las maderas que usaba en sus famosas guitarras.

Hijo del agricultor Manuel Velázquez, su familia se trasladó de Manatí a Ciales; luego a Florida; y por último a Santurce. Se inició como fabricante de muebles, y construye su primera guitarra cuando apenas tenía doce años de edad. Algunas destrezas del oficio las aprendió de su hermano, quien reparaba violines; y de un pariente que hacía guitarras en  España y quien desde allí le escribió una carta donde le explicaba algunos trucos del oficio. 

Deseando encontrarse un mejor ambiente y siguiendo los consejos de su maestro Rubiano,  el joven –según Díaz Nieves–  arribó en 1942 a Nueva York. Como lo que quería ante todo era ganar dinero para sostenerse y ayudar a su familia en Puerto Rico, se buscó un trabajo en un astillero. Luego abrió su propio taller para reparar y fabricar guitarras. Empleó a cuatro ayudantes: Víctor Piñero, de Humacao; Rafael Rivera, de Ciales; Miguel Vissepó, de  Mayagüez; y Fermín Díaz, de Vega Baja.

     El taller, continúa Berenguer, elaboraba dos clases de guitarras: una era hecha parcialmente a máquina, y se vendía en trescientos cincuenta dólares; y la otra era confeccionada a mano por el propio Velázquez, quien ponía especial cuidado en que reunieran las mejores cualidades de perfección y acabado para complacer las exigencias del cliente. Esta última se vendía en ochocientos dólares. Se fabricaban mensualmente entre doce y quince guitarras de las primeras, y de diez a doce de las especiales. A pesar de que Velázquez permitía que su nombre apareciera en ambas clases de guitarras, se cuidaba de firmar  solamente el sello que se le colocaba a las que él mismo fabricaba. Velázquez le confesó al periodista que no había secretos en su oficio, pero sí muchos trucos. El factor más importante era la calibración de la madera, que es muy difícil de aprender. (Cuando entrevistamos a distintos artesanos contemporáneos acerca de  los secretos  del oficio,  nos contestaron lo mismo.)  

     El mismo día de la entrevista a Velázquez, éste esperaba a Andrés Segovia para que le probara una guitarra especial que acababa de terminar. El maestro  residía en esa ocasión en  Long Island  City, con su esposa, Beatriz Santiago, de Ponce, y sus tres hijos.  Actualmente vive en Orlando, Florida. Su hijo continúa la tarea de su padre.

     Fidencio Díaz Nieves es un  lutier puertorriqueño de dotes muy especiales, y amigo de Velázquez. Fueron compañeros de trabajo en la fábrica que este último dirigió en Caguas. Fidencio ya tenía su propia personalidad cuando conoció a Manuel. Sin embargo, adquirió nuevas técnicas con el manatieño. Desde la década de los sesentas se inicia en la construcción de la guitarra clásica. Se formó por su propio esfuerzo, y por su propio interés y deseo de superación; o, como él mismo comenta:  “…buscando siempre la cima…”. Tuvo su propio taller en Nueva York, donde pudo fabricar varias guitarras. Al trasladarse a su país e ingresar a la fábrica de Velázquez y ésta fracasar, se desempeñó  en diferentes oficios, hasta que decidió establecer su propio taller. Hoy, junto a su compañera de hace cincuenta años –Carmen Domínguez Correa, la eterna hilandera, y tremenda cocinera–  continúa realizando su oficio en Canóvanas. Muchos señalan que sus guitarras clásicas son de la misma calidad y elegancia que las de Velázquez. Sus instrumentos son utilizados por reputados concertistas de la isla,  de los EE.UU. y de Europa: Luis Enrique Juliá, Iván Rijos, Luis Romero,  Dr. José  Antonio  López.  La Fundación Fidencio Díaz (lutier@fidenciodiaz.com) organizó, con el auspicio de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, una serie de excelentes conferencias en distintos pueblos y ciudades de Puerto Rico sobre la  importancia socio-histórica de los instrumentos de cuerda. Actualmente finalizan un libro acerca  de ese mismo tema.

Miguel Acevedo Flores es uno de los lutieres más destacados de la cosecha  de  maestros que en los últimos treinta años se han dedicado a continuar la tradición Velázquez --- Díaz Nieves, quien fue discípulo de Jorge Santiago Mendoza y tenía su taller en Canóvanas,  construyó requintos, tres puertorriqueños, cuatros, violines, guitarras españolas y para  jazz; y también arpas venezolanas. Acevedo fabrica violines, chelos, tres puertorriqueños, cuatros y guitarras clásicas. Guitarristas conocidos como Juan Sorroche,  Ana María Rosado, Félix

Rafael Rosado Martínez comenzó la elaboración de guitarras clásicas en la década de los noventas. Un grupo de artistas como Máximo  Torres, Henry Vázquez ,José Torres , Dr. José Antonio López ,  Billy Colón Zayas , Iván Rijos y Edwin Colón Zayas  utilizan sus instrumentos.( Rosado comentó que Edwin  sabe  construir cuatros y guitarras).Rosado  también fabrica violines, cuatros, tiples, mandolinas y requintos. Actualmente  retirado, se dedica a pintar cuadros al óleo y acrílico inspirados en los paisajes de su natal Corozal. Es un conversador incansable y estuvo vinculado al taller de Juan A. Rosado en Puerta de Tierra: Sign  Shop  Rosado  Art. Urge publicarle una entrevista, debido al caudal de información que posee. Recientemente el D r. José Antonio López reconoció los méritos de Rosado en el Concurso Nacional de Guitarra Clásica (2007).

     Manuel Rodríguez Feneque, junto a Germán Velázquez, se dio a la tarea de estudiar e investigar por su propia cuenta la construcción del cuatro. Desde 1970 fabrica instrumentos de cuerda. En 2000 se inicia en la elaboración de guitarras clásicas y requintos. La mayoría de sus guitarras de concierto las utilizan el Dr. José Antonio López y sus discípulos.

     Iván Rijos, Luis Enrique Juliá, Carlos Quirós y la Dra. Ana María Rosado – la  primera mujer boricua concertista de guitarra clásica– nos revelaron su confianza y entusiasmo por el desarrollo del uso de la guitarra clásica entre las nuevas generaciones. La mayoría ---- y quizás hasta la totalidad ---  de los músicos que hemos consultados, muestran una enorme pasión por este maravilloso instrumento .El hecho de ser tan portátil, y de admitir la producción de música en un rango de destreza tan grande, es lo que le ha permitido que la guitarra se pasee desde el callejón mas  obscuro, hasta la mas solemne sala de conciertos, Su silueta, además, es anuncio de amor, sólo de amor.

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