La música tradicional del jíbaro o campesino puertorriqueño evolucionó de la música de los soldados, agricultores y artesanos y de los africanos esclavizados que se enraizaron en la isla durante los comienzos del siglo 17. Estos pobladores antiguos provenían de las provincias de Andalucía y Extremadura en el sur de España, así como de las Islas Canarias y de la región occidental de África.
 

De España nos llegaron los romances tradicionales, décimas y géneros cantados, como el seguidillo, el villancico y la copla y otras tradiciones vocales con descendencia morisca de gran antigüedad. Los canarios trajeron sus diminutos tiples y los africanos trajeron las memorias de sus ritmos sincopados, sus instrumentos de cuerdas hechos de higüeras y sus tambores. Eventualmente, algunos de estos pobladores se trasladaron al centro montañoso de la Isla y en esos aislados montes su música desarrolló características únicas. Eran los primeros puertorriqueños.
 
De esas mismas montañas salieron los primeros “cantaores”, gente humilde que recordaban cantos tradicionales y los cantaban durante los festivales. Y salieron poetas campesinos que improvisaban sus poemas al momento de cantarla. La música de trasfondo era usualmente las melodías de los varios seises que conocían—contándose unas cien variaciones de seises. Entre ellos se encuentran los más lentos: el seis mapeyé, el seis andino y el seis celinés y entre los más rápidos, el bailable seis chorreao y el zapateao. También fue muy popular el seis con décima, el cual daba al trovador la oportunidad de destacar su arte de improvisación lírica. La décima obligaba al trovador a cantar en estrofas con líneas de ocho sílabas, que rimaban de manera específica. Y el canto se hacía en conjunto con un cuatro, un güiro y una guitarra u otro instrumento nativo, como el tiple y la bordonúa (hoy casi desaparecidos). Esta clase de agrupación fue conocida como la Orquesta Jíbara y se mantuvo así por siglos hasta el presente.